el escritor es un samurai


sábado, 13 de marzo de 2010

no parar era la única norma

En la residencia el tiempo transcurría deprisa, ni siquiera teníamos televisión y el núcleo urbano más próximo se encontraba a unos setenta kilómetros. Que las cosas no salieran al llegar había sido uno de mis principales temores, normalmente no llevaba bien los ratos sin saber que hacer, sin tener donde ir entre tanto silencio, sumido en el aburrimiento y en una soledad absurda como la que probablemente me invadiría si no encontraba pronto el nervio, la inspiración, el arranque. Y lo cierto es que desde el principio las frases me fueron brotando con espontaneidad hasta erigirse en bloques autónomos, no me importaba desconocer parte de los elementos o el fin pretendido de la acción, el rompecabezas de la trama se iría armando con su propio ritmo, “no parar” era la única norma, había una frescura y cierto ritmo artesanal que se me revelaban nuevos, pero al acostarme cada noche tocaba batallar con los pensamientos que bordean la vida y sus palabras, desde algún rincón oscuro insistían en identificar al personaje con un estereotipo concreto o estructurar el relato de acuerdo con algún patrón de esos que enseñan las escuelas de escritura en la ciudad, intentaba eliminar por todos los medios aquella basura mental en torno a lo creado durante la jornada y estrangular al crítico obsesivo que había impedido durante tantos años el flujo mágico de esta vocación, después sentía palpitar el bosque en mi conciencia hasta que el anhelo de escribir se fundía completamente con el sueño.