el escritor es un samurai


sábado, 9 de octubre de 2010

UNO


Alrededor de este despeñadero no se oye ningún rumor de automóvil por la noche, estoy tan solo que el río atraviesa este cuarto de pintura y piedra, reflejos de unos días en los que aprendo a mirar la vida desde otros ángulos, no sin el temor de los primeros pasos, sin esta inseguridad que ya forma parte de mí. Sara dice que apostar por el arte es tan duro como ser el último habitante de la tierra, que nuestros sueños se regeneran a golpe de azar y que hay que ser valiente para lanzarse de cabeza con un mapa vacío como el que nosotros elegimos, la intuición es el motor de su vida desde que abandonó Brasil. Yo me defiendo con ridículas razones esenciales en mi tragedia cotidiana, en la mochila no llevo colores y tengo la desventaja de seguir en este país de cainitas, la sensación de no avanzar, de seguir hundiéndome en el lodo, dibujo una sonrisa con la íntima desgracia de quien sabe de lo que habla sin que nadie más sea capaz de comprenderlo, ella sabe escuchar, pero antes de salir de la pieza añade que todo eso debería verlo como algo ventajoso, irritado me encojo despidiéndome con la mirada, me siento tan lejos del mundo que apenas puedo dormir en mi primera noche aquí.


A media mañana hemos estado recorriendo parte de la zona, el pueblo está lleno de calles empinadas cuyos desniveles hacen bastante penosa la tarea del caminante, Pietro habla de las colinas que ha dejado en Turín mientras acaba su cigarro, dice que ha sabido plasmar las suaves curvaturas del destino en su primera exposición “senos del Belbo”, y se le ve satisfecho

- Nada que ver con estas cuestas del demonio – dice con su particular acento

Después hemos bajado al río y hemos contemplado en silencio las señales de la naturaleza. Ellos sacíándose en colores nuevos, texturas del paisaje, luces y sombras del atardecer. Yo anotando soplos fugaces, diálogos en el aire, personajes flotando todavía en la niebla.