el escritor es un samurai


martes, 11 de mayo de 2010

viejos inicios, bocetos, rescatando impulsos narrativos

Adán era de ese tipo de personas que todo lo sueltan, nada le hacía estremecer hasta el punto de quedarse sin palabras, clavado en un instante que requiere de acción. Eso no iba con su carácter. Cuando tenía la certeza de que algo le estaba removiendo, por muy pequeño que fuera, él se lanzaba inmediatamente a la aventura, sin pensarlo.

Aquella noche algo le hizo sentir que estaba cerca de emprender otra aventura, un destello de luz en unos ojos verdes o marrones. En seguida se acercó disimuladamente a su objeto de deseo, ella parecía distraída, intercambiaron primeros gestos y palabras, y tras una charla furtiva empezaba a comprender la dimensión de aquel intercambio, presintió esa sacudida de la que tanto hablaba Javier en las tertulias, ese desgarro que él se empeñaba en negar con su teoría materialista de la acción.

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Javier tenía las manos en los bolsillos, la noche había refrescado mucho y ahora que el sol estaba a punto de hacer su aparición definitiva empezaba a sentir un peso de frío en las articulaciones, en las manos, por toda la cara, los efectos del whisky habían cedido por completo, caminaba como un cadáver solitario sin poder olvidar las últimas palabras de su amigo “sentir más las cosas y no pensarlas tanto”, para él eso suponía traición a su propio espíritu del cual no podía deshacerse, consideraba completamente injusto cualquier tipo de sentimiento. Lo más duro es que nadie lo comprendía, un exceso de cariño, todo aquello le resultaba cínico y trataba por todos los medios de asimilarlo con ideas, como una especie de pensador o filósofo, la ironía del amor como falacia en la que alguien como él sólo podía entrar para estudiarla y comprender sus mecanismos, adoptando una pose de distancia que le permitiera escapar. Si en el fondo no fuera un tipo sensible sería feliz. En realidad ya empezaba a vislumbrar aquí la culpa de su inteligencia, como si entregarse a los demás fuera un crimen, su análisis le hacía todavía más vulnerable y solitario, le costaba mucho reprimir el odio hacia su amigo, era demoledor sentirlo en contra de su razón, luchando contra sus propios impulsos… se le cerraban los ojos llegando al portal de casa

pero esas normas las pones tú mismo… cómo odio a Vila… - se decía -

es tu inteligencia, tu conciencia…. y no eres nada sin eso…

en estos momentos se la estará follando, el muy cabrón...

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En el quicio de la puerta un extraño te cogió la mano, y sonreías, abrupta, endemoniada, nadie pudo sostener tu cigarro que acabaría en el suelo pisoteado por mi rabia horas más tarde, había que matar el fuego, aunque sólo fuese una metáfora. Dentro pasó lo que no vi, no tengo ganas de inventarlo, sé que me fui a Helsinki, que sólo tenía 100 euros y un cartón de cigarrillos, que en todo el cielo de europa se oía tu portazo, quise poner fin a la historia y algo tenía que ocurrir ahora en el vacío, con mi vida en el aire.

Aterricé enseguida, seguramente me quedé dormido, en Helsinki hacía mucho frío y era de noche, pronto supe que en esa estación del año casi siempre era así, sin sol, helado, justo lo que buscaba, después de todo estabas huyendo del fuego. Las maletas circulaban con una rectitud extraña, apiladas ordenadamente por toda la cinta, pronto pude ver lo mal que estaba, en una pequeña columna de metal pude verme reflejado, mi cara, el pelo grasiento y descuidado, la barba insultante y negra en mitad de cientos de miradas nórdicas, me di cuenta que estaba provocando sin buscarlo y sonreí, era posible comenzar de nuevo, estaba solo para recomponer un puzzle infernal, necesitaba nieve y realmente el sitio era el adecuado.


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Está sentado junto al fuego en una alfombra algo rasgada y dibuja algunos rostros con un lápiz de carbón. Opina que de ese modo ejercita dos naturalezas antagónicas que pugnan por anularse en su interior como dos sexos culminantes. Porque él dice que cuando dibuja un rostro conocido sólo quiere despertar algo indefinible, ese resultado de oponer las facultades humanas en su justa medida, ese equilibrio, esa unidad que nos eleva.

Que conste que estas conclusiones mías son el resultado de una distendida charla que mantuvimos hará cosa de un mes. Me pareció tan interesante y revelador todo aquello que tuve que parar la entrevista a los pocos minutos y pedirle que me permitiera gravarla. Él, por supuesto, aceptó. Aquí transcribo una reproducción exacta para que ustedes puedan opinar por sí mismos y hacerse una idea de lo que les venía diciendo, ya saben que falta el inicio de la conversación (apenas unos 7 minutos).

- Bueno, ya está. Por favor, ¿podría volver a comentar lo de su primer retrato?

- Sí, claro. Por aquel entonces tendría yo apenas unos doce años, era el verano de mil novecientos cincuenta y seis si no recuerdo mal y alguien decidió que debía hacer algo en vacaciones, se ilusionaron con la idea de que aprendiera a tocar el piano. La cuestión es que aquella tarde vi una imagen que me marcaría para el resto de mi vida. Salía yo de una clase de música, la calle estaba llena de gente, la noche empezaba a caer, todavía se reflejaba alguna nube en el asfalto mojado por la lluvia de esa misma mañana, el cansancio y el calor se mezclaban en mis huesos, estaba haciendo un verano muy extraño, resultaba asfixiante. Caminaba en dirección a casa, mis pasos eran muy lentos y pesados, la boca se me secaba cada vez más, apenas tenía saliva, necesitaba agua. Me dirigí entonces a una fuente que encontré situada en la esquina de una glorieta, estaba algo escondida, me incliné un poco para beber con los ojos abiertos y lo vi.

- ¿se puede saber qué fue lo que vio?