el escritor es un samurai


jueves, 10 de enero de 2013



           
            Roland hace la colada mientras Sia, tumbada en el sofá rojo, se pinta las uñas de los pies. Ella es una chica habituada a los disfraces que no duda en cambiar de ojos acompasando el movimiento imperceptible de la tierra. Roland tan solo percibe el centrifugado de una lavadora porque es incapaz de comprender el sentido rotatorio de sus días. A veces, cuando el ruido del televisor se apaga, las paredes del apartamento escuchan boquiabiertas frases breves que les hacen sentir acompañadas, el grito de la puerta al cerrarse o el silencio de una mujer abandonada. Es triste la belleza cultivada que no encuentra un canto a su medida, se parece a la melancolía de ciertos animales al caer la tarde. Lejos de este barrio, en un bar que no conocía por entonces, me topé con aquel animal herido. La inconsciencia estaba dibujada en su rostro como la bondad absurda de alguien que se empeña en seguir siempre un camino equivocado para la tediosa objetividad de nuestro tiempo, había algo de suicida en su descalabrada naturalidad, la mirada hambrienta sobre el trasero de mi mujer y aquella forma impulsiva de beber lo delataban.

Fue en la plaza de Oriente donde lo volví a encontrar un mediodía, sentado al sol y con el cartel de “aquí se dona gratis un perro abandonado” estampado en los ojos. Carmen me había dicho que tenía que ir al pueblo a visitar a sus padres, mi dependencia de ella era tal que cuando no estaba tenía que salir de casa y caminar para apagar el dardo de mi propia mente. “Ella no sería capaz de eso.” me repetía. Agotado por los pensamientos y la caminata me detuve para escuchar un Ave María que brotaba de la calle, la gorda que entonaba mi catarsis estaba acompañada por unos virtuosos del violín, músicos anónimos al servicio de una pasión elevada, me detuve en este oasis cerca de una hora, el coito era un mero acto de necesidad animal comparado con el placer que aquella voz le infundía a mis sentidos, la música, caía en la cuenta de que eso es lo que hubiera llenado de verdad mi vida, con los ojos cerrados me parecía estar escuchando a la mismísima María Callas y alguna lágrima se escapaba contra mi voluntad. Reanudé la marcha canturreando un tango que me habían traído a la memoria y al llegar a la plaza además de músico ya era también argentino, estas cosas solían sucederme cuando ella se iba, me costaba distinguir la soledad del abandono, no sabía pisar tierra firme.

El músico argentino sentado en el jardín ya no canturrea en voz baja, a pleno pulmón y sin acompañantes se le escapa en dolby sorround urbano “… si ella me olvida, que importa perderse mil veces la vida, para qué vivir” Al rato me siento nervioso, encuentro un hueco donde sentarme y rebusco el tabaco, la música de mi vida vuelve a su gris cotidiano, alguien a mi izquierda me ofrece fuego. “ No se ponga así hombre, si ni siquiera le hemos oído” Es el mismo animal herido de aquel bar quien se dirige a mí y empieza a hablarme de Francia porque sí, “porque esos niñatos no tienen ningún derecho a quemar los coches de la gente, cómo se puede comprender una protesta así, no tiene ningún fundamento que unos mocosos que nunca han cotizado se preocupen ya por su jubilación, es como si usted de repente protestara porque no le dejan casarse con una mujer musulmana” Le digo que ya estoy casado, pero Roland no duda en desahogarse “sé que está casado, y su mujer se conserva muy bien para rondar los cincuenta”  

Se despidió de mí con total indiferencia, volví a casa y como Carmen no había llegado todavía me puse nervioso. Encendí la tele y agarré el periódico, estuve leyendo mi horóscopo Salud Tiene la líbido por los aires Trabajo Recibirá una oferta que no podrá rechazar Amor Mucho cuidado con las infidelidades, luego mi vista se clavó en algunos anuncios  Mujer casada aburrida… Cuarentona cansada de su marido…  Era obvio que me la estaba pegando, me llamó la atención el siguiente anuncio, leí poesía carnal, atrévase a hacer sus sueños realidad y olvídese de sus preocupaciones, anoté el número y atacado por la rabia llamé sin pensarlo, tendría que haber sido músico, sonó la voz de un hombre que  me resultaba familiar, estuve a punto de colgar “enseguida te paso con ella”

La puerta de la entrada estaba abierta, arriba me recibió Roland “¿tú? ¿qué haces aquí?” “Pasa, se está duchando” “Quién” “Sía, por eso llamaste” la chica del anuncio salía de la ducha, tenía el pelo teñido de rojo y los ojos color violeta, me impactó tanto como la primera vez que gocé del cuerpo desnudo de Carmen en nuestra lejana luna de miel, me acordé de ella y salí corriendo del apartamento ante la irónica mirada de ese maldito gabacho.



Enero, 2011