el escritor es un samurai


lunes, 9 de marzo de 2015




Creo que nací en mil novecientos ochenta y uno. Quizás he pasado todos estos años aprendiendo cosas sinsentido aparente y sinsaber quién soy. Sentado en el suelo, en Nebraska, junto a músicos militantes de una corriente psicodélica encontré el sentido de los días impares en el tercer año del nuevo milenio. Antes de acabar mi período de escolarización obligatoria habitaba una región de sueños por venir y promesas vanas: descubrí que la realidad era un vacío subyacente en la perfección ideal de los conceptos sin vida: una jornada laboral convencional bastó para mostrarme el caótico tapiz donde los resultados dan el valor final y el punto sinsentido hacia otra etapa. Busqué en los márgenes del agua, quería salir de ese vacío que engulle el tiempo libre de los oficinistas. A principios de los noventa casi me ahogo en el Mediterráneo, escucho con atención la letra de una canción en otro idioma de aquel tiempo. Entonces sólo conocía el lenguaje de los niños que van en uniforme con mochilas cargadas de libros de texto, aprendía las operaciones matemáticas más básicas y ponía atención a los dictados para no cometer ninguna falta. Probablemente, casi sin darme cuenta, he pasado la mitad de mi vida aprendiendo cosas sinsentido aparente y sinsaber quién soy. No digo que ese tipo de cosas no tuviesen realidad, desarrollaban aptitudes esenciales para desenvolverse mejor en la realidad del barrio y de la calle. Busco el sentido de los días pares en la esencia atemporal de ejercicios ficcionales.


jueves, 10 de enero de 2013



           
            Roland hace la colada mientras Sia, tumbada en el sofá rojo, se pinta las uñas de los pies. Ella es una chica habituada a los disfraces que no duda en cambiar de ojos acompasando el movimiento imperceptible de la tierra. Roland tan solo percibe el centrifugado de una lavadora porque es incapaz de comprender el sentido rotatorio de sus días. A veces, cuando el ruido del televisor se apaga, las paredes del apartamento escuchan boquiabiertas frases breves que les hacen sentir acompañadas, el grito de la puerta al cerrarse o el silencio de una mujer abandonada. Es triste la belleza cultivada que no encuentra un canto a su medida, se parece a la melancolía de ciertos animales al caer la tarde. Lejos de este barrio, en un bar que no conocía por entonces, me topé con aquel animal herido. La inconsciencia estaba dibujada en su rostro como la bondad absurda de alguien que se empeña en seguir siempre un camino equivocado para la tediosa objetividad de nuestro tiempo, había algo de suicida en su descalabrada naturalidad, la mirada hambrienta sobre el trasero de mi mujer y aquella forma impulsiva de beber lo delataban.

Fue en la plaza de Oriente donde lo volví a encontrar un mediodía, sentado al sol y con el cartel de “aquí se dona gratis un perro abandonado” estampado en los ojos. Carmen me había dicho que tenía que ir al pueblo a visitar a sus padres, mi dependencia de ella era tal que cuando no estaba tenía que salir de casa y caminar para apagar el dardo de mi propia mente. “Ella no sería capaz de eso.” me repetía. Agotado por los pensamientos y la caminata me detuve para escuchar un Ave María que brotaba de la calle, la gorda que entonaba mi catarsis estaba acompañada por unos virtuosos del violín, músicos anónimos al servicio de una pasión elevada, me detuve en este oasis cerca de una hora, el coito era un mero acto de necesidad animal comparado con el placer que aquella voz le infundía a mis sentidos, la música, caía en la cuenta de que eso es lo que hubiera llenado de verdad mi vida, con los ojos cerrados me parecía estar escuchando a la mismísima María Callas y alguna lágrima se escapaba contra mi voluntad. Reanudé la marcha canturreando un tango que me habían traído a la memoria y al llegar a la plaza además de músico ya era también argentino, estas cosas solían sucederme cuando ella se iba, me costaba distinguir la soledad del abandono, no sabía pisar tierra firme.

El músico argentino sentado en el jardín ya no canturrea en voz baja, a pleno pulmón y sin acompañantes se le escapa en dolby sorround urbano “… si ella me olvida, que importa perderse mil veces la vida, para qué vivir” Al rato me siento nervioso, encuentro un hueco donde sentarme y rebusco el tabaco, la música de mi vida vuelve a su gris cotidiano, alguien a mi izquierda me ofrece fuego. “ No se ponga así hombre, si ni siquiera le hemos oído” Es el mismo animal herido de aquel bar quien se dirige a mí y empieza a hablarme de Francia porque sí, “porque esos niñatos no tienen ningún derecho a quemar los coches de la gente, cómo se puede comprender una protesta así, no tiene ningún fundamento que unos mocosos que nunca han cotizado se preocupen ya por su jubilación, es como si usted de repente protestara porque no le dejan casarse con una mujer musulmana” Le digo que ya estoy casado, pero Roland no duda en desahogarse “sé que está casado, y su mujer se conserva muy bien para rondar los cincuenta”  

Se despidió de mí con total indiferencia, volví a casa y como Carmen no había llegado todavía me puse nervioso. Encendí la tele y agarré el periódico, estuve leyendo mi horóscopo Salud Tiene la líbido por los aires Trabajo Recibirá una oferta que no podrá rechazar Amor Mucho cuidado con las infidelidades, luego mi vista se clavó en algunos anuncios  Mujer casada aburrida… Cuarentona cansada de su marido…  Era obvio que me la estaba pegando, me llamó la atención el siguiente anuncio, leí poesía carnal, atrévase a hacer sus sueños realidad y olvídese de sus preocupaciones, anoté el número y atacado por la rabia llamé sin pensarlo, tendría que haber sido músico, sonó la voz de un hombre que  me resultaba familiar, estuve a punto de colgar “enseguida te paso con ella”

La puerta de la entrada estaba abierta, arriba me recibió Roland “¿tú? ¿qué haces aquí?” “Pasa, se está duchando” “Quién” “Sía, por eso llamaste” la chica del anuncio salía de la ducha, tenía el pelo teñido de rojo y los ojos color violeta, me impactó tanto como la primera vez que gocé del cuerpo desnudo de Carmen en nuestra lejana luna de miel, me acordé de ella y salí corriendo del apartamento ante la irónica mirada de ese maldito gabacho.



Enero, 2011

sábado, 18 de diciembre de 2010

Derrame


Tiemblan hojas de otoño sobre una alfombra de sueño indeleble, aceras pisoteadas por un azar que se burla de ti. Y ya es invierno.

Dios que no existe y sin embargo absurdo anhelas desde este mal inevitable, mágica raíz de caballito volador perdido entre nubes. Bajando, girando la calle: mujeres que venden su cuerpo hasta las diez de la mañana, mendigos abrazados al frío en un rincón sin nombre, portal de hielo que algunas botas atraviesan con inquina, risas de niñatos modernos que no ven más allá de sus plazas botellón, policía – se ruega silencio – .

Gracias por el guiñofresapuñalasombroestigmanada de mil novecientos noventa y algo, por la no tú devorasueños de un chaval que sólo sabía de fútbol en la calle sucia, mil pesetas con abuelo los Domingos, aislado sol de huerta entre semana, silencio de cebolla y ajo, olor a tierra deseable con la lluvia, bicicleta nómada y zapatillas de deporte en el escaparate nunca, cintas tdk que hoy sangran cromo en algún lugar desconocido.

Sigue hoy. Mantas de carmín para el absurdo sin tregua de esta pisada amable y silenciosa. Sabe a ti este perfume Eusebia que nos llevará otra vez a debatirnos en el frágil ronroneo de metal y fuego, el orgasmo que a la mañana no quiere darte nube es un encontronazo más contra este cartel que siempre reza “ocupado”.

(Canto porque hay una promesa que me roe el estómago con su letra opaca, canto cuando tengo sueño porque quisiera asombrarme otra vez en tu presencia que nada tendrá que ver ya con la de hoy, canto porque me sale de los ovarios tuyos y hay una certeza destino que se apaga si no grito tu nombre mariposa, impulso ciego que me arrastra a continuar la senda sin retorno del samurai que teclea. - fragmento desechable - )

No hallarás esa luz esquiva con su nombre, ni siquiera un iris similar más allá del océano llamado cuento o partitura. Susurra, intenta crear habitación, puerta, llave y cerradura, basta de leer en los posos del café. Escribe toda la goma dos que dentro te urge a escupir relojes.

Ahora imitas y lees obscenidades en un tablón de donde cuelga esa verdad que duele. Mueres como un paria desolado por alcanzar el punto exacto de su piel rallada, caminata que trepa entre cristal de vasos y besos extraviados en el humo de una cuerda floja, sutura. Quisieras emprender la marcha de un encuentro enmarañado entre serpientes sin maldad. Hay una sombra en todo esto y lo sabes. Quimera que golpea el rostro del agua, deseo que te observa desde el ángulo convexo de un espejo mutilado. Se muerde su tinta roja el corazón que bombea como un néctar derramado a chorros de nostalgia.

Quisieras creer en algo antes de abrir los ojos a este traqueteo que a su antojo procrea máscaras y sueños. Miente con fidelidad y estilo, después olvida. No tomes en serio el inicio de una oración principal. Casi todos los cuentos que recuerdas se asomaron por la puerta de atrás, te desbancaron las ideas y escaparon después por la entrada que habías tenido en la memoria.

No basta con retener en la imaginación un punto. Hay que lanzarse sin paracaídas desde el hielo de una despedida, desde el destino del viaje sin brújula, desde el cadáver que busca a su asesino en mitad de la niebla.

Nuevas estaciones deshilarán hasta un comienzo innominado de la historia que sólo conoce nadie.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Afeitarse todos los días puede ser un pecado terrible

Hace un día demasiado otoñal, el viento golpea las ventanas y chilla entre esas rendijas de las puertas correderas. Después de fabricar una canción acorde con el clima y el paisaje e intentar una letra simple en cualquier otro idioma que logre en parte hacerme olvidar, desahogarme en la nieve, agarro el libro de Hölderlin y me voy al parque de los Lobos donde el espacio de esta incomprensión latente cambia al menos de matiz. Ya sé qué te preguntas, no hace falta que lo digas, de sobra sé que nada de esto sirve para nada. Tampoco importa demasiado, sé que alguien me acompaña tras el cristal de su locura dócil o tras unas gafas carnosas que saben a carmín. Tal vez real esa neurosis de diamante o quizás también literaria sobre la flor del tiempo, ejemplos nos sobran en este país. De gira por psiquiátricos - vaya vidorria la tuya dios Pan - o “mordido por un tren hambriento“ podría seguir enumerando estatuas de este parque con su visión hecha palabra, desembocando realidad, aseverada contra todo movimiento mezquino… pero resulta triste, malditismo cultivado lo llaman los amantes de los ismos, esclavos de su tiempo y de una publicidad que induce a este vacío cómplice. Afeitarse todos los días puede ser un pecado terrible, así que no dudo en dejarme crecer la barba. Gracias Pedro, se nota que indagaste en Sören al que ahora pintan con joroba sin leerlo. Un libro como este del eremita en Grecia o aquel que tiembla en la mesa de madera con una tentación de muerte - no cualquier libro - es suficiente para afirmarse en la vida con cierta garantía de carácter único. Lo humano que pervive como una piedra rara en letra impresa, dentro ya del insalvable margen de los bancos sin almohada que estáticos adornan un desolado paisaje, instaurado en el casino global de este mercado sin memoria que la inmensa mayoría acepta sin más como mundo.


sábado, 9 de octubre de 2010

UNO


Alrededor de este despeñadero no se oye ningún rumor de automóvil por la noche, estoy tan solo que el río atraviesa este cuarto de pintura y piedra, reflejos de unos días en los que aprendo a mirar la vida desde otros ángulos, no sin el temor de los primeros pasos, sin esta inseguridad que ya forma parte de mí. Sara dice que apostar por el arte es tan duro como ser el último habitante de la tierra, que nuestros sueños se regeneran a golpe de azar y que hay que ser valiente para lanzarse de cabeza con un mapa vacío como el que nosotros elegimos, la intuición es el motor de su vida desde que abandonó Brasil. Yo me defiendo con ridículas razones esenciales en mi tragedia cotidiana, en la mochila no llevo colores y tengo la desventaja de seguir en este país de cainitas, la sensación de no avanzar, de seguir hundiéndome en el lodo, dibujo una sonrisa con la íntima desgracia de quien sabe de lo que habla sin que nadie más sea capaz de comprenderlo, ella sabe escuchar, pero antes de salir de la pieza añade que todo eso debería verlo como algo ventajoso, irritado me encojo despidiéndome con la mirada, me siento tan lejos del mundo que apenas puedo dormir en mi primera noche aquí.


A media mañana hemos estado recorriendo parte de la zona, el pueblo está lleno de calles empinadas cuyos desniveles hacen bastante penosa la tarea del caminante, Pietro habla de las colinas que ha dejado en Turín mientras acaba su cigarro, dice que ha sabido plasmar las suaves curvaturas del destino en su primera exposición “senos del Belbo”, y se le ve satisfecho

- Nada que ver con estas cuestas del demonio – dice con su particular acento

Después hemos bajado al río y hemos contemplado en silencio las señales de la naturaleza. Ellos sacíándose en colores nuevos, texturas del paisaje, luces y sombras del atardecer. Yo anotando soplos fugaces, diálogos en el aire, personajes flotando todavía en la niebla.

domingo, 18 de julio de 2010

TRES

Aquella mañana salí hacia el pueblo con Pietro para desayunar y comprar algo de comida en la tienda, aproveché el paseo para hablarle del personaje que estaba introduciendo en mi novela y de mi dificultad para situarme en su cultura procedente de Italia. Al llegar a Río Hule las montañas desaparecían y podías ver el Rugaseo atravesando la llanura hasta perderse invisible en el horizonte, era difícil imaginar que algo así tuviera su fin en el mar. Pietro sacó de su bolsillo la navaja para cortar el pan que todavía estaba caliente y me ofreció un pedazo generoso.

- En esta comarca todo es aridez. Voy a empezar una serie de oleos con esa temática, pintaré un río tan sucio y ridículo como éste - decía mientras yo me llevaba el trozo de pan a la boca-, y al fondo la seca vegetación y quizás aquel monasterio olvidado de arriba.

Regresamos por el camino agreste hasta la residencia en lo alto de la serranía. Al llegar Sara nos saludó desde el mirador y nos hizo una señal para que compartiésemos con ella algunos cigarrillos. Nos contó que la pareja de argentinos había marchado esa mañana y que Ingrid estaba recogiendo todo para irse por la tarde.

- Entonces nos quedamos solos – dije.

Apuraba mi cigarro observándola, por un instante descubrí en sus rasgos y en sus formas respuestas concretas a ese personaje difuso que estaba empezando a construir.

- Sí, pero tres son multitud – dijo irónicamente Pietro.

- Preferible la multitud y el caos a la monotonía de una pareja convencional – sentenció ella.

- ¿Alguién ha hablado de pareja? - pregunté confundido.

- Tu problema es que siempre te das por aludido hermano – señaló Pietro.

- El artista no puede salir de su subjetividad – afirmé.

- ¿Qué os pasa tontos? pensaba en la pareja que se fue esta mañana sin despedirse.






martes, 11 de mayo de 2010

viejos inicios, bocetos, rescatando impulsos narrativos

Adán era de ese tipo de personas que todo lo sueltan, nada le hacía estremecer hasta el punto de quedarse sin palabras, clavado en un instante que requiere de acción. Eso no iba con su carácter. Cuando tenía la certeza de que algo le estaba removiendo, por muy pequeño que fuera, él se lanzaba inmediatamente a la aventura, sin pensarlo.

Aquella noche algo le hizo sentir que estaba cerca de emprender otra aventura, un destello de luz en unos ojos verdes o marrones. En seguida se acercó disimuladamente a su objeto de deseo, ella parecía distraída, intercambiaron primeros gestos y palabras, y tras una charla furtiva empezaba a comprender la dimensión de aquel intercambio, presintió esa sacudida de la que tanto hablaba Javier en las tertulias, ese desgarro que él se empeñaba en negar con su teoría materialista de la acción.

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Javier tenía las manos en los bolsillos, la noche había refrescado mucho y ahora que el sol estaba a punto de hacer su aparición definitiva empezaba a sentir un peso de frío en las articulaciones, en las manos, por toda la cara, los efectos del whisky habían cedido por completo, caminaba como un cadáver solitario sin poder olvidar las últimas palabras de su amigo “sentir más las cosas y no pensarlas tanto”, para él eso suponía traición a su propio espíritu del cual no podía deshacerse, consideraba completamente injusto cualquier tipo de sentimiento. Lo más duro es que nadie lo comprendía, un exceso de cariño, todo aquello le resultaba cínico y trataba por todos los medios de asimilarlo con ideas, como una especie de pensador o filósofo, la ironía del amor como falacia en la que alguien como él sólo podía entrar para estudiarla y comprender sus mecanismos, adoptando una pose de distancia que le permitiera escapar. Si en el fondo no fuera un tipo sensible sería feliz. En realidad ya empezaba a vislumbrar aquí la culpa de su inteligencia, como si entregarse a los demás fuera un crimen, su análisis le hacía todavía más vulnerable y solitario, le costaba mucho reprimir el odio hacia su amigo, era demoledor sentirlo en contra de su razón, luchando contra sus propios impulsos… se le cerraban los ojos llegando al portal de casa

pero esas normas las pones tú mismo… cómo odio a Vila… - se decía -

es tu inteligencia, tu conciencia…. y no eres nada sin eso…

en estos momentos se la estará follando, el muy cabrón...

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En el quicio de la puerta un extraño te cogió la mano, y sonreías, abrupta, endemoniada, nadie pudo sostener tu cigarro que acabaría en el suelo pisoteado por mi rabia horas más tarde, había que matar el fuego, aunque sólo fuese una metáfora. Dentro pasó lo que no vi, no tengo ganas de inventarlo, sé que me fui a Helsinki, que sólo tenía 100 euros y un cartón de cigarrillos, que en todo el cielo de europa se oía tu portazo, quise poner fin a la historia y algo tenía que ocurrir ahora en el vacío, con mi vida en el aire.

Aterricé enseguida, seguramente me quedé dormido, en Helsinki hacía mucho frío y era de noche, pronto supe que en esa estación del año casi siempre era así, sin sol, helado, justo lo que buscaba, después de todo estabas huyendo del fuego. Las maletas circulaban con una rectitud extraña, apiladas ordenadamente por toda la cinta, pronto pude ver lo mal que estaba, en una pequeña columna de metal pude verme reflejado, mi cara, el pelo grasiento y descuidado, la barba insultante y negra en mitad de cientos de miradas nórdicas, me di cuenta que estaba provocando sin buscarlo y sonreí, era posible comenzar de nuevo, estaba solo para recomponer un puzzle infernal, necesitaba nieve y realmente el sitio era el adecuado.


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Está sentado junto al fuego en una alfombra algo rasgada y dibuja algunos rostros con un lápiz de carbón. Opina que de ese modo ejercita dos naturalezas antagónicas que pugnan por anularse en su interior como dos sexos culminantes. Porque él dice que cuando dibuja un rostro conocido sólo quiere despertar algo indefinible, ese resultado de oponer las facultades humanas en su justa medida, ese equilibrio, esa unidad que nos eleva.

Que conste que estas conclusiones mías son el resultado de una distendida charla que mantuvimos hará cosa de un mes. Me pareció tan interesante y revelador todo aquello que tuve que parar la entrevista a los pocos minutos y pedirle que me permitiera gravarla. Él, por supuesto, aceptó. Aquí transcribo una reproducción exacta para que ustedes puedan opinar por sí mismos y hacerse una idea de lo que les venía diciendo, ya saben que falta el inicio de la conversación (apenas unos 7 minutos).

- Bueno, ya está. Por favor, ¿podría volver a comentar lo de su primer retrato?

- Sí, claro. Por aquel entonces tendría yo apenas unos doce años, era el verano de mil novecientos cincuenta y seis si no recuerdo mal y alguien decidió que debía hacer algo en vacaciones, se ilusionaron con la idea de que aprendiera a tocar el piano. La cuestión es que aquella tarde vi una imagen que me marcaría para el resto de mi vida. Salía yo de una clase de música, la calle estaba llena de gente, la noche empezaba a caer, todavía se reflejaba alguna nube en el asfalto mojado por la lluvia de esa misma mañana, el cansancio y el calor se mezclaban en mis huesos, estaba haciendo un verano muy extraño, resultaba asfixiante. Caminaba en dirección a casa, mis pasos eran muy lentos y pesados, la boca se me secaba cada vez más, apenas tenía saliva, necesitaba agua. Me dirigí entonces a una fuente que encontré situada en la esquina de una glorieta, estaba algo escondida, me incliné un poco para beber con los ojos abiertos y lo vi.

- ¿se puede saber qué fue lo que vio?