el escritor es un samurai


lunes, 8 de noviembre de 2010

Afeitarse todos los días puede ser un pecado terrible

Hace un día demasiado otoñal, el viento golpea las ventanas y chilla entre esas rendijas de las puertas correderas. Después de fabricar una canción acorde con el clima y el paisaje e intentar una letra simple en cualquier otro idioma que logre en parte hacerme olvidar, desahogarme en la nieve, agarro el libro de Hölderlin y me voy al parque de los Lobos donde el espacio de esta incomprensión latente cambia al menos de matiz. Ya sé qué te preguntas, no hace falta que lo digas, de sobra sé que nada de esto sirve para nada. Tampoco importa demasiado, sé que alguien me acompaña tras el cristal de su locura dócil o tras unas gafas carnosas que saben a carmín. Tal vez real esa neurosis de diamante o quizás también literaria sobre la flor del tiempo, ejemplos nos sobran en este país. De gira por psiquiátricos - vaya vidorria la tuya dios Pan - o “mordido por un tren hambriento“ podría seguir enumerando estatuas de este parque con su visión hecha palabra, desembocando realidad, aseverada contra todo movimiento mezquino… pero resulta triste, malditismo cultivado lo llaman los amantes de los ismos, esclavos de su tiempo y de una publicidad que induce a este vacío cómplice. Afeitarse todos los días puede ser un pecado terrible, así que no dudo en dejarme crecer la barba. Gracias Pedro, se nota que indagaste en Sören al que ahora pintan con joroba sin leerlo. Un libro como este del eremita en Grecia o aquel que tiembla en la mesa de madera con una tentación de muerte - no cualquier libro - es suficiente para afirmarse en la vida con cierta garantía de carácter único. Lo humano que pervive como una piedra rara en letra impresa, dentro ya del insalvable margen de los bancos sin almohada que estáticos adornan un desolado paisaje, instaurado en el casino global de este mercado sin memoria que la inmensa mayoría acepta sin más como mundo.


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